CONCEPTOS EPIDEMIOLÓGICOS
Voy a intentar resumir unos conceptos básicos sobre los que armar (o refutar) una argumentación razonada y lo más científica posible de la pandemia.
El primer elemento, es el contexto el único elemento no científico que analizaremos. Tras año y medio de covid tenemos que lidiar con una epidemia de pánico causada por la indescriptible campaña de terror mediática, un bombardeo sin precedentes de cifras diarias de muertos y de historias de terror que han inundado la imaginación colectiva transformando un virus en un virus con superpoderes que supuestamente nos amenaza en cada esquina o en cada persona con la que nos cruzamos.
También se nos han infundidor sentimientos de culpa que nos llevan a pensar que si no cumplimos con las normas impuestas, por irracionales, inconsistentes o absurdas que nos parezcan, alguien morirá.
¿Tenemos motivos para vivir aterrorizados y atrapados por la culpa o, por el contrario, se ha utilizado el terror y la culpa como poderosísimas armas de manipulación y dominación?
¿Está esto relacionado con el mayor ataque a nuestra libertad sufrido nunca mediante medidas totalitarias, abusivas e ilegales, mayoritariamente inútiles desde el punto de vista epidemiológico pero que han generado una epidemia de neurosis, de paranoias, de trastornos obsesivo-compulsivos, de histerias, de agresividad y de depresión?
Esta epidemia de pánico se ha creado sobre una serie de falacias y ocultaciones aprovechando el desconocimiento de la gente y abusando del principio de autoridad.
Tras esta puesta en contexto, empezaremos analizando la LETALIDAD del covid.
LA LETALIDAD REAL DEL COVID
En toda epidemia hay dos variables relevantes:
- la contagiosidad y
- la letalidad.
Evidentemente, si un patógeno resulta muy contagioso pero provoca una enfermedad leve, carecerá de importancia. Lo preocupante es que la enfermedad que provoque sea grave y cause muertes. Por tanto un patógeno muy contagioso pero poco letal carece de importancia.
De igual forma un patógeno muy letal pero muy poco contagioso seguiría sin preocuparnos demasiado.
En el extremo contrario, un patógeno muy letal y muy contagioso sería una pesadilla, aunque afortunadamente esto no suele ser el caso, puesto que si el patógeno incapacita o mata pronto a su anfitrión, éste no podrá contagiar a muchas personas y esa ruta de contagio se autoextinguirá pronto.
Se impone pues distinguir entre dos conceptos:
- contagiosidad y
- letalidad,
Y quedando el dato de contagiados sin mayor importancia si estos cursan una enfermedad leve por lo que nos centraremos en el número de muertes.
Además, el número de contagiados oficiales (IA) nunca ha sido un parámetro fiable ni representativo, pues depende de varios factores aleatorios (como demuestran los tests serológicos, en España y otros países):
- del número de test realizados,
- el número de personas que habrían estado expuestos al SARS-CoV-2 (muchos de ellos sin llegar a desarrollar la enfermedad, pues un asintomático, por definición, no está enfermo) era tres veces el número de contagiados “oficiales”.
La infravaloración del número real de contagiados es aún mayor, puesto que los análisis serológicos
- sólo medían un anticuerpo o inmunoglobulina (IgG) y
- no medían otro anticuerpo esencial que se activa en la lucha de nuestro sistema inmunitario contra el coronavirus, el IgA 2 , mayoritario en las mucosas,
- ni tampoco la respuesta de la inmunidad celular de las células T.
Un estudio en Suecia, si bien con una muestra pequeña, mostró muy pronto que el número de personas con respuesta inmunitaria celular era muy superior a las que mostraban una respuesta humoral detectable, mientras que en algunos países, como Austria o Luxemburgo, el número de personas con IgA detectable era muy superior al que mostraban sólo IgG 4 .
Sólo desde este punto de vista, seguir obsesivamente la incidencia acumulada ha sido un error, cometido por los medios y los políticos, ambos muy “desnortados” durante toda la epidemia.
Podría pensarse que el número de hospitalizados es más representativo de la gravedad de la epidemia, pero incluye un factor de subjetividad: la saturación hospitalaria de cada momento (número de camas ocupadas e incluso por el personal indisponible, baja, vacaciones, etc.). Cuando el hospital está saturado, el criterio de admisión se hace más restrictivo; cuando está más relajado, se relaja el criterio de admisión y se hospitalizan más enfermos leves.
Los ingresos en UCIs serían algo más representativos, pero de nuevo entra en juego la subjetividad relacionada con el nivel de saturación.
Por consiguiente, la variable más relevante es el número de muertes, que será aquella en la que nos fijaremos a partir de ahora.
La campaña de terror mediática ha trasladado a la población la idea de que estamos ante un virus peligrosísimo para todos, un virus casi con súper poderes, pero la realidad es bien distinta.
¿Cuál es la letalidad real del covid?
El concepto más importante a recordar del covid es que no es una enfermedad sino dos:
- una, potencialmente grave para una minoría IgA dominantes de población de riesgo, y
- otra, leve, leve, leve para la mayoría de la población.
Según el Ministerio de Sanidad de España la letalidad es:
- para mayores de 70 años del 4,1%, es decir, que se recupera el 96% de las personas que se contagian.
- en el rango de edad de 50 a 69, la letalidad del covid ya baja al 0,3% (se recupera el 99,7%);
- para la franja de 20 a 49, la letalidad es del 0,03% (sobrevive el 99,97%), y
- para menores de 20, la letalidad, si me lo permiten, es asintótica con el 0%.
Fuente: Ministerio de Sanidad. ITCoronavirus.pdf (mscbs.gob.es) (15 enero 2021)
Estas cifras se han obtenido simplemente dividiendo el número de muertes entre el número de personas contagiadas según los estudios de seroprevalencia. Como ya sabemos que los estudios de seroprevalencia infravaloran el número real de contagiados, la mortalidad real (IFR) del covid será claramente inferior a la citada.
Para aquellos que (con razón) desconfíen de las cifras del Ministerio de Sanidad español, recordarles que en otros países las cifras son similares. Un estudio realizado en 45 países, de nuevo basándose en estudios de seroprevalencia, concluye que
- más del 90% de los mayores de 80 años que contrae covid sobrevive,
- al igual que hace el 99% de los de 65-70 años,
- el 99,9% de los de 45-50 años y
- el 99,99% de los de 30-35 años. +
Fuente: M. O’Driscoll (Cambridge University) et al., American Council on Science and Health (18 noviembre 2020)
De este modo, el riesgo para un joven es 1.000 veces inferior que para un anciano. Este dato resulta crucial, puesto que ¿cómo se justifica tomar las mismas intervenciones no farmacéuticas (confinamientos, mascarillas, etc.) o farmacéuticas (vacunas) para personas cuyo nivel de riesgo es 1.000 veces diferente?
El estudio arroja otro dato significativo: el riesgo para una mujer adulta es la mitad que para un hombre.
Hay tres formas diferentes de medir la letalidad de una enfermedad:
-
Case Fatality Rate (CFR) mide el número de muertes dividido entre el número de casos con diagnóstico confirmado (“oficiales”). Dado que el número de casos reales es varias veces superior al número de casos “oficiales”, el CFR siempre sobreestima la letalidad. Para corregirlo se usa
-
el Infection Fatality Rate (IFR), que mide el número de muertes dividido entre el número de casos estimado o conocido por estudios de seroprevalencia. Es una medida más realista de la letalidad de un patógeno. Para comparativas entre distintas poblaciones también resulta informativo, y
-
el Crude Mortality Rate, que mide el número demuertes entre el total de población local.
En efecto, las cifras en números absolutos que tantos titulares han gastado (p.e. miles de muertos diarios en la India, con sus 1.400 millones de habitantes) no significan absolutamente nada si no se relacionan con el volumen de población al que se refieren.
Por último, igual que el covid no es una enfermedad sino dos en función de la edad y del sexo (como acabamos de ver), también lo es en función de si el paciente presenta enfermedades preexistentes o no. Hay cuatro comorbilidades:
- obesidad,
- diabetes,
- hipertensión y
- problemas cardíacos que suponen casi dos terceras partes de las hospitalizaciones por covid.
De este modo, la probabilidad de morir por covid para una persona sana es varias veces inferior a las que se deducen de las tablas anteriores, que lógicamente incluyen tanto a personas sanas como a aquellas que presentan enfermedades concomitantes.
Así, John Ioannidis, epidemiólogo y profesor de Medicina de la Universidad de Stanford, y que ha sido de lejos el epidemiólogo que más ha acertado en sus estudios y predicciones sobre el covid prácticamente desde el principio de la epidemia, afirma que en Europa la probabilidad de morir con covid en población no de riesgo (menores de 65 años sin patologías concomitantes) es “notablemente inusual (…), lo que contrasta frontalmente con muchas historias mediáticas que se fijan en casos de personas jóvenes causando pánico y terror (…). El riesgo diario de morir por coronavirus para estas personas es equivalente al riesgo de morir yendo en coche a trabajar a diario entre 6 y 150 kms”.
Por último, en niños y adolescentes la mortalidad por covid es cercana a cero.
Datos del gobierno británico:
durante el curso 20/21 hubo cerca de 368.000 ingresos hospitalarios de menores de 18 años en el Reino Unido, de los que sólo 5.800 correspondieron a covid.
De accidentes y enfermedades, murieron 3.105 jóvenes en el mismo período;
de covid, sólo 25. Crude Mortality Rate = 0,0002%
Excluyendo comorbilidades = 0,00008% (Fuente: C. Smith (NHS England) et al., Research Square (7 julio 2021) & BBC (9 julio 2021)
En conclusión, si el covid no es una enfermedad sino dos, surgen varias preguntas racionales:
¿por qué las medidas han sido y siguen siendo universales e indiscriminadas para toda la población?
¿Por qué se ha “protegido” a quienes no hacía falta proteger de una enfermedad leve, leve, leve mientras se desprotegía a quienes debían ser protegidos, especialmente en residencias?
Durante esta epidemia los medios han usado con frecuencia dos importantes falacias:
Primera:
Al publicar datos diarios de muerte por una sola enfermedad (algo sin precedentes), se ha hecho olvidar que la muerte forma parte de la vida, y que diariamente mueren personas por todas las causas. Pareciera que quien sobrevive al covid vivirá para siempre.
En España mueren cada año del orden de 420.000 personas. Redondeando,
100.000 mueren por problemas del sistema circulatorio,
otras 100.000 por tumores y
cerca de 50.000 por problemas del sistema respiratorio, de los que aproximadamente 10.000 mueren de neumonía. Cada año (Fuente: INE & Ministerio de Sanidad)
Imaginen que todos los periódicos publicaran a diario las cifras de muertes y la causa:
¿no nos convertiríamos todos en hipocondríacos?
Es lo que han estado haciendo 24 horas con el covid todos los medios.
Segunda:
La creencia de que si una persona cumplía escrupulosamente con las arbitrarias normas no estrictamente sanitarias y decididas en cada momento por políticos no se contagiaría de covid.
La falacia es patente: sólo hay que ver la absoluta libertad con la que se ha propagado el virus en países donde sus ciudadanos se encontraban encerrados y con mascarillas obligatorias y los millones de personas fallecidas por covid en el mundo que cumplían escrupulosamente las normas sanitarias impuestas (por el contrario, y de forma muy poco ética, los medios cacarean y parecen regocijarse cuando muere de covid un “negacionista”).
La gravedad de una epidemia queda reflejada en el exceso de mortalidad, es decir, en que mueren muchas más personas de lo normal. Por consiguiente, el estudio del exceso de mortalidad arroja mucha luz sobre la verdadera gravedad de la epidemia a lo largo del tiempo.
Analizando la mortalidad normal y el exceso de mortalidad desde el comienzo de la epidemia se observa que hay muchas más muertes en invierno que en otras épocas del año, cuando se ha producido un exceso de muertes, como en el mes de abril del 2020.
El exceso de mortalidad en España para todas las edades desde la primavera del 2020 sólo se muestra en un pequeño exceso en otoño y otro en invierno, pero desde mediados de febrero del 2021 no ha habido prácticamente exceso de muertes.
Las epidemias tienen siempre un componente local. Por ello, su evolución ha sido completamente distinta en distintas regiones.
Las cifras además, incluyen muertos por gripe contabilizados como muertos por covid por síntomas compatibles a pesar de análisis negativos.
En Madrid, por tanto, no ha habido ni quinta ola, ni cuarta, ni tercera, ni segunda.
En Andalucía la epidemia ha tenido un comportamiento diferente con una sucesión de tres pequeñas olas, usamos el término “pequeñas” de forma relativa, pues con una población superior a Madrid, la mayor de ellas apenas ha superado en su pico los 100 muertos diarios, mientras que en Madrid se llegaron a contabilizar 600 muertes diarias en abril de 2020.
Una pregunta lógica que surge a partir de estos datos es
¿por qué tuvo Andalucía que sufrir en primavera del 2020 el mismo confinamiento draconiano que Madrid cuando apenas moría gente y sus servicios de salud apenas estaban ocupados?
Tomar las mismas medidas independientemente de la prevalencia local es un ejemplo más de la irracionalidad de proponer medidas indiscriminadas en relación a la incomprensible equiparación de población de riesgo y de no riesgo.
En cualquier caso, ¿dónde está la quinta ola que salmodian los medios? ¿Y la cuarta?
continuará …